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LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO, SUS PELIGROS Y ALCANCES

domingo, 26 de agosto de 2012

La masonería

Autor: Magdalena del Amo, periodista

No es mi intención escribir a fondo sobre la masonería. Entre otras razones porque ya hay especialistas que lo hacen, y en segundo lugar porque es difícil sintetizar en un artículo, qué es, de dónde viene y a dónde va una de las organizaciones más interesadas - desde siempre - en minar el poder de la Iglesia y su mensaje trascendente. Por ello, sin entrar en los hitos en los que tuvo parte activa a lo largo de la historia, sí conviene dar una pincelada, aunque sea en tonos pastel, sobre esta sociedad secreta cuyos métodos se hacen visibles en los tiempos de crisis y convulsión que previamente ha ido creando.

Me mueven a escribir sobre este tema, las argumentaciones que últimamente están apareciendo en pro de la secta, dándole un rango de normalidad que no tiene, insistiendo en sus razones filantrópicas que no son tales, e intoxicando con falsas aseveraciones sobre el pensamiento de la Iglesia al respecto y la pertenencia a la masonería de algunos papas. Entre estos mensajeros incluimos al exbanquero Mario Conde. Él difunde en sus entrevistas algunos puntos que intentaré refutar: 1) que los dos últimos papas aceptaron la masonería; 2) que hay católicos masones y masones católicos, sobre todo entre la jerarquía; 3) que la Logia de Londres encarna a la masonería teísta en contraposición a otras masonerías de la izquierda; 4) las Constituciones de Anderson; y 5) la masonería en España en el siglo XVIII y el Conde de Aranda. Cuando el exbanquero pontifica sobre alguno de estos puntos, el oyente o telespectador pasivo está siendo engañado o, cuando menos, manipulado. Nuestra pretensión es arrojar un poco de luz, pero antes de entrar en el meollo, y con vistas a una mejor comprensión, conviene retrotraernos a los gnósticos y su doctrina, auténtico germen de la masonería, que aglutinaría el corpus del maniqueísmo, la cábala y otras derivadas.

Los gnósticos, matriz de las sectas iluministas

El gnosticismo cristiano tiene su origen en el gnosticismo pagano. El texto gnóstico más antiguo es Eugnosto el beato, anterior a Cristo. Es un conjunto de creencias sincréticas de naturaleza religiosa y filosófica que se conforma antes de la era cristiana como consecuencia de las conquistas de Alejandro Magno y luego de Roma, y la fusión de ideas orientales y occidentales. Antes del cristianismo, la gnosis estaba establecida en Palestina, Siria y Egipto. Hacia el siglo II d. de C. surgieron las primeras manifestaciones gnósticas dentro del cristianismo. El gnosticismo samaritano fue fundado por Simón Mago, personaje citado en los Hechos de los apóstoles en el Nuevo Testamento. Su objetivo era destruir el cristianismo. Se jactaba de tener el poder de hacer milagros, como Jesús, pero fue desenmascarado y acusado de practicar magia negra. Fue el primer excomulgado de la Iglesia. Destruir el mensaje de Cristo iba a ser el objetivo de las distintas corrientes a lo largo de la historia, siempre del lado de los poderosos, para acabar con la Iglesia. Sin embargo, nunca tuvieron un gran apoyo popular. A Simón Mago se han referido en sus escritos san Justino y san Hipólito.

Según esta doctrina, de una unidad primordial denominada pleroma surge el mundo. De esta divinidad suprema emanan los eones o entidades divinas de los dos sexos dispuestos en jerarquía hasta llegar a la materia. Entre estos eones se encontraría Abraxas, espíritu negativo creador de la materia, relacionada con el mal, el Dios creador bíblico y Cristo, instrumento de salvación, pero diferente a la concepción cristiana. Es un sistema dualista, es decir, considera que hay dos dioses, uno bueno creador del bien (el espíritu) y otro malo, creador de la materia. Sostiene el gnosticismo que los seres humanos no son todos de la misma naturaleza. Por tanto no todos se pueden salvar. Se dividirían en tres grupos. Los puramente materiales o hylikoi, que no se pueden salvar; los animales, psykhikoi, que mediante el esfuerzo ético pueden conseguir una salvación incompleta; y los espirituales o pneumatikoi que serían los únicos elegidos para la inmortalidad.

De acuerdo con esta doctrina, Cristo no sería necesario para la salvación. Eso sería una patraña esotérica para el vulgo. La doctrina secreta del Cristo o Ungido estaba reservada a esta élite que se consideraba como “testigos especiales” de Cristo con acceso al conocimiento divino a través de la gnosis. Los elegidos se salvarían a través de la gnosis o conocimiento, conocimiento introspectivo de lo divino, que es superior a la fe. La salvación no sería una cuestión de amor de la divinidad hacia los hombres sino una prerrogativa que poseen los seres humanos dotados de alma. Sólo ellos tendrían acceso a este conocimiento y sólo ellos se salvarían. El gnosticismo sería una mística secreta de salvación. Esta idea fue heredada por otras doctrinas discriminadoras de unos hombres en desmedro de otros.

La cosmovisión gnóstica es incompatible con la Iglesia. Uno de los puntos irreconciliables es que los gnósticos negaban la doble naturaleza de Jesús, divina y humana, fundamento de la Revelación, de la liberación y de la salvación. De acuerdo con esto, Jesús habría adoptado una suerte de corporeidad para hacerse visible. Otra de las características de este grupo es el establecimiento de jerarquías humanas. Arriba estarían los iniciados, con acceso al conocimiento; después los que tienen alma y se pueden salvar siguiendo las consignas de los anteriores; y en lo más bajo, las personas sin alma, que nunca pueden llegar a salvarse.

El concepto dualista de los gnósticos fue heredado por Marción, y más tarde por el protestantismo, por los cátaros, seguidores de Mani, y por la masonería. Marción fue un rico magnate naviero que llegó a Roma alrededor del 140 d. de C. Fue obispo pero sus ideas le llevaron a la excomunión. De la lista de libros bíblicos que recopiló, excluía el Antiguo Testamento en su totalidad. Quiso comprar ala Iglesia por 200.000 sestercios a cambio de que ésta adoptara las ideas gnósticas.

Basílides fue uno de los heresiarcas más intrigantes de los primeros siglos. Sus ideas tenían gran influencia del pensamiento egipcio y helenístico. De él dijo san Ireneo que predicaba una herejía odiosa. Sostenía que la crucifixión había sido un fraude; que Jesús no había muerto en la Cruz sino que en su lugar habían crucificado a Simón de Cirene que había ocupado su lugar. (En el siglo VII, el Corán sostenía esta teoría, modernamente varios autores escribieron sobre lo que denominaron “El complot de Pascua”. Hay incluso un bochornoso texto gnóstico de los papiros de Naj´ Hammadi, encontrados en el Alto Egipto en una vasija de arcilla en 1945, que narra las palabras de Jesús, mofándose y riéndose del engaño). Su discípulo, Carpócrates, defendía que el mundo había sido creado por ángeles caídos desposeídos de su naturaleza divina y que Cristo era un hombre extraordinario, pero negaba su divinidad. Pretendía demostrar la reencarnación citando el Evangelio de san Marcos. (Esta creencia es la parte esencial de todas las religiones orientales, como el confucionismo, el shintoismo y las diferentes escisiones del hinduismo, entre ellas el budismo y el jainismo. Algunos filósofos griegos como Pitágoras o Platón también la defendieron. Según esta doctrina, los seres humanos han ido evolucionando a partir de la materia, pasando por diferentes estadios. Los reencarnacionistas creen en la ley de causa y efecto, es decir en el karma.

Nuestras acciones buenas y malas se irían acumulando en el libro de la vida y de ello dependería nuestra siguiente reencarnación. Su máximo precepto es la recta acción. Entre los creyentes en la reencarnación se mantiene la opinión generalizada de que los primitivos cristianos también creían en la transmigración de las almas. Arguyen que se retiraron cuidadosamente del Evangelio las partes en las que Jesús alude a ello. Sin embargo, esta afirmación no resiste un análisis histórico riguroso. Los expertos en filología neotestamentaria manifiestan que no existe un solo texto que en el original pudiera aludir a ello, ni en los sinópticos ni en los apócrifos). Otro personaje gnóstico muy importante fue Valentín de Alejandría, que se distinguió por su activo papel en la Iglesia, llegando incluso a estar cerca de ser nombrado obispo de Roma. Su credo era una especie de sincretismo entre dogmas cristianos, tradiciones judías y persas, y teorías platónicas. A sus discípulos se atribuye la redacción de la Pistis Sophia, Evangelio de Valentino o Biblia gnóstica. El gnosticismo fue combatido, entre otros, por Tertuliano, san Justino y san Ireneo, obispo de Lyón. Éste lo declaró herejía en el año 180 d. C.

Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con la masonería? ¿Qué trascendencia puede tener para lo que nos ocupa ahora, que los gnósticos del siglo II creyeran que Cristo era Dios pero no hombre? ¿Qué puede importarnos la herejía de Marción, personaje a quien casi nadie conoce, a la hora de analizar la masonería en el mundo actual? Pues mucho más de lo que parece, pues, desde sus comienzos, y a lo largo de la historia, los poderosos siempre han querido dividir a la Iglesia - y lo han conseguido -, para destruirla - nunca lo conseguirán-, temerosos de que el mensaje liberador de Cristo se extendiese por todo el mundo. Por eso siempre han financiado herejías y cismas.

Hoy, los enemigos de la Iglesia siguen ahí. Continúan luchando contra ella, amparados en leyes, defendiendo los antivalores, utilizando para ello los medios de comunicación, la mayor parte en su poder.

El maniqueísmo fue la herejía más radical de los primeros siglos. El nombre de esta secta se debe a su fundador Mani, que vivió en el siglo III d. de C. Su doctrina era una fusión de cristianismo gnóstico y de elementos zoroástricos y mitraicos. Los maniqueos creían que el mundo está regido por dos principios, el bien y el mal, representados por Ormuz (la luz) y Ahriman (las tinieblas). Zoroastro sería su profeta. Esta idea de la dualidad fue el origen de herejías como el priscilianismo y el catarismo. Los cátaros, considerados a sí mismos espíritus puros - de ahí su nombre - eran defensores de la eutanasia activa. Practicaban un ritual suicida denominado “endura”. Para ello tenían que pasar cuatro años viviendo en una cueva en condiciones infrahumanas para alcanzar la purificación. Después, tras recibir el Consolamentum, una especie de bautismo de fuego que era el marchamo para la muerte, se tumbaban en el suelo y se dejaban morir de inanición. Esta secta es conocida también con el nombre de “albigenses” porque resurgieron en la región francesa de Albi en el siglo XII. El papa Inocencio III declaró el catarismo como herejía y hubo contra ellos una cruzada.

Los cátaros son un tema muy apreciado por ocultistas, sobre todo, después de que los nazis, recopiladores de todas las herejías y cultos esotérico-paganos, con sus rituales correspondientes, acogieran algunos de los postulados de Mani, y por extensión, del catarismo. Fue en las filas del nazismo donde, sin ninguna base histórica, se creó el mito de “Mani crucificado” con el fin de ofrecer una alternativa a Cristo, que no tuviera origen judío. Hitler atrajo al nacionalsocialismo a expertos en diversas ramas del ocultismo. A Otto Rhan, que moriría a los 35 años suicidado por el método de la endura cátara en las cuevas entre Ussat y Ornolac, lo envió a Rennes le Château, en plena zona cátara, en busca del Santo Grial.

La masonería recogió más tarde las tradiciones esotérico-religiosas y a través de alguna de sus logias, entre ellas la transalpina, han elaborado una jugosa propaganda contra de la divinidad de Cristo. De ahí, en concreto de un organismo llamado Priorato de Sión, parte la falsa documentación que sirvió de inspiración a los libros El enigma sagrado, Jesús o el secreto mortal de los Templarios o el horrendo Código da Vinci. A través de ellos se expande la teoría disparatada del desembarco de la Virgen María en Marsella y del matrimonio entre Jesús y María Magdalena, de los que descendería la dinastía Merovingia. El disparate no puede ser mayor, pero, más allá de lo que comercialmente supone un best seller para una editorial, hay una intencionalidad en la publicación de estos libros: confundir y hacer dudar a los tibios católicos y afianzar en su error a los que no lo son.

La “cábala” o “qabbahla”

La cábala es un corpus de teorías que, según sus seguidores, constituye la auténtica verdad del Antiguo Testamento expresada a través de símbolos y alegorías. Fue creada en el siglo XII pero sus adeptos pretenden que fue transmitida a los iniciados por los patriarcas y profetas desde la creación del mundo. Según los cabalistas, solo ellos pueden estar en posesión de la verdad y conocer todos los misterios de Dios. Sus libros principales son el Libro de la Creación y el Zóhar, llamado también Biblia de los cabalistas.

Su sistema cosmogónico se compone de un Dios Arquitecto del Universo que se manifiesta a través de diez potencias o sephirot. Una de estas potencias sería el Demiurgo, el Abraxas de los gnósticos, creador del mal. Los cabalistas creen en la existencia del alma antes del nacimiento y que vuelve a Dios a través de las reencarnaciones sucesivas. No creen en Cristo ni en la redención. En cuanto a la salvación, sostienen que solo se consigue a través del conocimiento, es decir, de sus enseñanzas esotéricas a los que tienen acceso solo los elegidos. Como muchas sectas actuales, derivadas de ella, creen que el Mesías vendrá al fin de los tiempos. El símbolo de la Cábala es el Diagrama de Sephirot o de los Atributos divinos, utilizado también por la masonería y otros grupos satánicos y luciferinos.

Lutero y Calvino

En el siglo XV ocurrió la herejía protestante de la mano de Martín Lutero, un monje desequilibrado que recibió el apoyo económico de los poderosos y príncipes alemanes que luchaban contra el poder de Roma. Lutero, como buen seguidor de la ideología gnóstica, se oponía a la doctrina del libre albedrío que predica la Iglesia, según la cual todos los hombres pueden salvarse. Lutero afirmaba que el hombre nacía ya predestinado y que la salvación no dependía de sus acciones sino de la voluntad divina. Eliminó varios sacramentos y la creencia en la infalibilidad pontificia. La herejía fue condenada en el concilio de Trento.

Algunos de sus escritos sobre los judíos hacen sonrojarnos y ponen de manifiesto su fundamentalismo. Consideraba necesario y un bien social quemar las sinagogas y sus libros de oración, prohibir a sus rabinos predicar, confiscar sus bienes, condenarlos a trabajos forzados o expulsarlos e incluso asesinarlos. La Alemania del Tercer Reich, cuatro siglos después, cumplió a rajatabla la receta del monje agustino.

Calvino, fue aún más fanático. Asentó las tesis de Lutero sobre la predestinación pero fue más restrictivo en cuanto a usos y costumbres. Prohibió el teatro, el baile, las celebraciones, el alcohol, los bares, las joyas, los adornos y la ropa llamativa. El adulterio y la prostitución se castigaban con pena de muerte. Calvino convirtió Ginebra en un estado teocrático donde imperaba el terror. Contrariamente a Lutero, defendió a los judíos lo que propició su buena relación con los banqueros para luchar contra la Iglesia. Favoreció los préstamos con interés a los que le habían financiado creando así el embrión del sistema capitalista. Eso dice Max Weber en su libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Guillermo Buhigas en su obra Los Protocolos afirma que tiene razón el sociólogo, pero al revés: que fueron los ricachones iluministas quienes impulsaron una nueva religión que beneficiase sus planes de manipulación y sumisión. Porque esta religión, de la que derivaron mil sectas, arraigó sobre todo en el campesinado y en las clases bajas, y así sigue siendo en la actualidad.

La masonería: origen mítico y existencia real

Durante la Edad Media los constructores de catedrales, denominados “freemasons” en ingles, y “francmaçons” en francés, se reunían en logias, especie de galerías exteriores anejas a la construcción principal y así se fueron creando las diferentes hermandades. Algunos historiadores sostienen que los constructores de la catedral de Estrasburgo fueron los primeros que adoptaron el nombre de francmasones. Sin embargo, no existe ningún documento que lo corrobore. El origen de la masonería se basa únicamente en mitos. Las tradiciones más populares la hacen descender de Hiram Abiff, arquitecto del templo de Salomón o de Nemrod, constructor de Nínive, pero existen otros orígenes: los antiguos misterios, los colegios romanos de artífices, los cruzados, los rosacruces, los templarios y Oliver Cromwell, entre otros.

El origen de su implantación en Inglaterra está basado en la Carta de York, escrita en el año 925 atribuida al príncipe Edwin, que alude a su fundación en la ciudad inglesa en el siglo I antes de nuestra era por las legiones romanas, que la habría transformado en el centro de las hermandades. Pero esto es solo una leyenda. El primer documento conocido es el Regius Manuscript, escrito en 1390 en inglés antiguo que explica el recorrido de esta secta desde la Torre de Babel hasta su introducción en Inglaterra. Entre sus fantasías sostienen que Moisés y Noé fueron masones y así lo afirma el propio Libro de las Constituciones de Anderson, de 1723, que condensa la doctrina de la masonería moderna.

En el siglo XVIII, extinguida ya la logia de Estrasburgo, toma cuerpo en Londres la masonería simbólica o especulativa que, salvo el nombre, nada tenía que ver con las fraternidades gremiales, aunque sí tomó de las diferentes ideologías gnósticas la concepción de la dualidad, el corpus mitológico, legendario y simbólico, más otras leyendas medievales relacionadas con los rosacruces y los templarios, todo ello enmarcado en el periodo histórico de las Cruzadas. Que esto fuera así, tampoco se sostiene históricamente, pero es que en la masonería no existe historia sino mito e invenciones creadas para demostrar que es la transmisora de la verdad única. (Los Templarios siempre estuvieron rodeados de una aureola de misterio y leyenda. Sin ninguna base histórica se les considera poseedores de conocimientos ocultos traídos de oriente, idea fomentada por los enemigos de la Iglesia. Esta fue culpada injustamente de la condena a muerte en la hoguera del último maestre del Temple, Jacques de Molay, tal como demuestra el documento denominado Pergamino de Chinon, de 1312. Este documento era un borrador y nunca se promulgó. Nunca existió validación jurídico-canónica de este documento. Por tanto, el papa Clemente V no tuvo nada que ver en la condena a la hoguera de Jacques de Molay. El Vaticano publicó un documento en el 2007 que incluye las actas del Processus contra Templarios. (Se puede acceder a la información a través de internet en la página del Vaticano).

Es casi imposible seguir la pista de la masonería en línea recta, pues después del siglo XVI nos encontramos con varias ramas instaladas en diferentes lugares, que luchaban por ser la más antigua y, por tanto, la original. No vamos a entrar aquí en las luchas políticas libradas en Inglaterra en los siglos XVII y XVIII en las que estuvo implicada la masonería, o mejor dicho las masonerías, es decir, logias que defendían intereses distintos, como es el caso de la simbólica o jacobita, del norte y la hannoveriana, o del sur. Esta división fue aprovechada por miembros no masones para infiltrarse y colocarse bajo el sol que mejor calentaba en aquel momento. La masonería simbólica se constituyó el 24 de junio de 1717 con la creación de la Gran Logia de Londres, hecho que tiene como causa la escisión surgida tres años antes por la llegada de Jorge I, protestante, de la dinastía extranjera de los Hannover al trono de Inglaterra, tras ser eliminado Jacobo Francisco, católico, último heredero de los Estuardo. Con la logia de Londres, a la que se habían unido previamente personajes no masones y miembros de la Royal Society – así se ponía fin a la desconfianza de la monarquía hacia la secta - , con ambición de medrar, se inicia la masonería moderna, la protestante, que arraiga en Inglaterra, mientras la tradicional jacobita se expande por el continente europeo, dejando un pequeño reducto en Escocia. (Según los historiadores, es más fiable el relato escocés que el inglés).

Al final, mediante traiciones y chantajes, la masonería especulativa de Londres acabaría por fagocitar a la facción católica. Una vez instalada en Inglaterra se extendió al resto de Europa y consiguió infiltrarse en las logias jacobitas del continente - para dirigirlas -, en el clero, en la alta sociedad, en la nobleza y en las casas reales, sobre todo en Inglaterra donde la autoridad suprema de la Iglesia es el Rey. El duque de Montagu fue el primer Gran Maestro.

La Gran Logia de Londres recopiló las tradiciones y la documentación existente y creó todo un cuerpo de doctrina que sería a partir de ese momento su norma de actuación. Si en la antigüedad los masones estaban obligados a practicar la religión oficial de los países donde vivían - como una táctica para pasar inadvertidos - , las Constituciones señalan que el credo religioso sea libre y abogan por un teísmo sincrético. Anderson toma como base el texto de la carta de Aprobación basada en escritos antiguos pero suprimió la invocación a la Trinidad y las referencias a la fe cristiana. Los masones actuales, cuando se les tilda de ateos y laicistas suelen aludir al texto de dicho documento: “… un masón, si entiende correctamente el arte, nunca será un ateo estúpido ni un libertino irreligioso”. Proclaman la idea de “ciudadanía universal”, base para lo que dos siglos después devendría en el Nuevo Orden Mundial e introducen el concepto de “obediencia masónica”, clave para su supervivencia y poder. A partir de la de Londres, en el siglo XIX se constituye la Gran Logia Madre de la Masonería, tal como se conoce hoy, y una logia superior formada por una jerarquía minoritaria denominada “Emulation Lodge of Improvement”, que fija las directrices y políticas a seguir.

La Masonería siempre estuvo en la política activa e incluso en la Iglesia. Muchos hechos de importancia decisiva en la historia del mundo se gestaron en las filas de los masones: la revolución francesa, la americana, la rusa, la independencia de las naciones centro y sudamericanas - precedidas de sangrientas guerras - , el nazismo o la aniquilación del Imperio español son algunos ejemplos. No se entiende la historia de Estados Unidos sin la actuación de la masonería. Un país surgido de la nada que tras exterminar a los indios y diezmarlos con pestes, en dos siglos regiría los destinos del mundo, gracias a sus presidentes masones y a la ayuda de gobiernos masónicos, el de Francia y el de España, entre ellos. En España, siguiendo el cumplimiento de la prohibición del papa Clemente XII sobre la masonería, aún no se había instalado. Esto no se produciría hasta unas décadas después con la invasión napoleónica. Napoleón fusionó las dos facciones de la masonería francesa: el Gran Oriente y el Rito escocés. Su hermano, José I, alias Pepe Botella, fue elegido Gran Maestro del Gran Oriente, antes de ocupar el trono de España. Sin embargo, ya había masones actuando en la sombra.

El Conde de Aranda, ministro masón de Carlos III, al que por cierto, siempre cita Mario Conde –y para bien—, le envía en 1783 al Rey una Memoria secreta sobre América, refiriéndose, claro está, a Estados Unidos, de la que extractamos estas palabras: “Esta república federal ha nacido pigmea, por decirlo así, y ha tenido necesidad de apoyo y de las fuerzas de dos potencias tan poderosas como la España y la Francia, para conseguir su independencia. Vendrá un día en que será un gigante, un coloso temible en esas comarcas. Olvidará entonces los beneficios que ha recibido de las dos potencias, y no pensará más que en su engrandecimiento. […] Dentro de algunos años veremos con mucho dolor la existencia amenazadora del coloso de que hablo. El paso primero de esta potencia, cuando haya llegado a engrandecerse, será apoderarse de las Floridas para dominar el golfo de México. Después de habernos hecho de este modo dificultoso el comercio con la nueva España aspirará a la conquista de este vasto imperio que no nos será posible defender contra una potencia formidable, establecida sobre el mismo continente, y a más de eso limítrofe”. Curiosa la facultad clarividente del Conde de Aranda, que traicionó al rey Carlos III, que no era masón, como se desprende de su catalogación de la secta como “grandísimo negocio” y “secta perniciosa” enemiga del Imperio español. Entre otros disparates masónicos el Conde de Aranda consiguió intrigar para que se eliminase la Orden de los jesuitas.

Los masones se presentan como defensores del humanismo, la justicia y la libertad, en contraposición a la “presión” de la Iglesia sobre los individuos, sobre todo en determinados periodos oscuros. Pero a menudo, muchos de los que entran en sus filas, acaban desengañados, como el gran Gaspar Melchor de Jovellanos que, tras conocer los entresijos y las acciones de la secta, escribía alrededor de 1910 estas esclarecedoras palabras: “Una secta feroz y tenebrosa ha pretendido en nuestros días restituir los hombres a su barbarie primitiva, disolver como ilegítimos los vínculos de toda sociedad y envolver en un caos de absurdos y blasfemias todos los principios de la moral natural, civil y religiosa. Semejante sistema fue aborto del orgullo de unos pocos impíos, que, aborreciendo toda sujeción y dando un colorido de humanidad a sus ideas antisociales y antirreligiosas, enemigos de toda religión y de toda soberanía y, conspirando a envolver en la ruina de los altares y de los tronos todas las instituciones, todas las virtudes sociales, han declarado la guerra a toda idea liberal y benéfica, a todo sentimiento honesto y puro. La humanidad suena continuamente en sus labios, y el odio y la desolación del género humano brama secretamente en sus corazones”.

Este texto escrito hace dos siglos, cobra especial actualidad estos días en los que un laicismo agresivo trata de imponerse en la sociedad.

La masonería actual está impregnada del espíritu del luciferino de Albert Pike, por cierto, condenado por traición y fundador del ku-klux-klan. Pike interioriza la ideología gnóstica expresada por los cabalistas, los maniqueos y el paganismo precristiano y mitraico. Insiste en la adoración a la naturaleza, en especial al Sol y establece que Lucifer es el portador de la luz, personificado en el Baphomet. Así dice en su obra Moral y dogma: “¡Lucifer, el portador de la luz! ¡Extraño y misterioso nombre que da al espíritu de las tinieblas¡ ¡Lucifer, el hijo del amanecer¡ ¿Es aquel quien carga la Luz y con su intolerable esplendor, debilidad ciega, sensual o alma egoísta? ¡No lo dude! Pues tradicionalmente están llenas de Revelación Divina e Inspiración: Inspiración no es una Edad ni tampoco un credo. Platón y Filón también fueron inspirados”. Para negar la doble naturaleza de Jesús arguye que “la luz no se puede unir con las tinieblas, pero adoptó la apariencia del cuerpo humano y tomó el nombre de Cristo el Mesías, solo para acomodarse a sí mismo al lenguaje de los judíos. Él solo sufrió en apariencia”. ¿Y hay quien se atreve a decir que se puede ser católico y masón?

Queda patente que a lo largo de la historia, los gnósticos han reaparecido de manera más o menos velada o bajo diversos sellos y ha habido personajes influyentes al servicio de esta ideología que en la actualidad impregna no sólo los hechos relevantes de la política mundial, sino lo más elemental de nuestra vida cotidiana. Hoy el espíritu gnóstico está presente en la actual masonería y en las sectas e iglesias milenaristas auspiciadas por los illuminati, los bilderbergers, y en la cima de todo, la gran sinarquía iluminista, auténtica artífice del diseño de la configuración de la nueva sociedad o, dicho de otro modo, del Nuevo Orden Mundial.

¿Y por qué estas sectas odian a la Iglesia? La Iglesia fue perseguida desde sus inicios. La base del catolicismo son las enseñanzas de Cristo, al alcance de todos en los Evangelios. Frente a la falacia del gnosticismo, de que sólo se salvan los elegidos o los que alcanzan el conocimiento, según cabalistas y masones, Cristo nos dice que todos los hombres somos iguales y que todos nos podemos salvar siguiendo su mensaje. El catolicismo es una religión liberadora, en teoría y en la práctica. Frente a los símbolos y teorías cabalistas, el Sermón de la montaña y las Bienaventuranzas muestran el auténtico mensaje de Jesús.

Hemos querido hacer este pequeño enunciado de las sectas de los primeros siglos del cristianismo a partir de los gnósticos para hacer más comprensible el fenómeno de la masonería, las sectas y el laicismo agresivo que se está implantando en el mundo. A este respecto, cito las acertadas palabras que Juan Pablo II escribió en 1994 en su libro Cruzando el umbral de la esperanza: “Cuestión aparte es el renacimiento de las antiguas ideas gnósticas. […] No debemos engañarnos pensando que este movimiento pueda llevar a una renovación de la religión. Es solamente un nuevo modo de practicar la gnosis, es decir, esa postura del espíritu que, en nombre de un profundo conocimiento de Dios acaba por tergiversar su palabra sustituyéndola por palabras que son solamente humanas. La gnosis no ha desaparecido nunca del ámbito del cristianismo, sino que ha convivido siempre con él, a veces bajo la forma de corrientes filosóficas, más a menudo con modalidades religiosas o pararreligiosas, con una decidida aunque a veces no declarada divergencia con lo que es esencialmente cristiano”. Por si quedaba alguna duda.

miércoles, 15 de agosto de 2012

¿La Santísima Virgen realmente murió?

Testimonios místicos

Para estos testimonios nos basaremos en las revelaciones privadas hechas a Santa Isabel de Schoenau (1129-1164), a Santa Brígida de Suecia (1307-1373), a la Venerable Sor María de Agreda (1602-1665) y a la Venerable Ana Catalina Emmerich (1774-1824), testimonios que se encuentran recopilados en el libro "The Life of Mary as seen by the Mystics" (La Vida de María vista por los Místicos) de Raphael Brown (Nihil Obstat & Imprimatur 8-junio-1951). Uniremos estos testimonios en un solo relato, con el fin de poder seguir mejor la secuencia de los hechos relatados.

(El Nihil Obstat y el Imprimatur son declaraciones oficiales de un Censor Eclesiástico y de un Obispo, respectivamente, mediante las cuales se expresa que una publicación no contiene errores doctrinales o morales. No indican estos sellos aprobación o respaldo a las ideas contenidas en dicha publicación).

La Santísima Virgen María supo cuándo iba a morir y supo que iba a morir en oración y recogimiento. Al conocer esto, pidió a su Hijo la presencia de los Apóstoles para la ocasión. Así, por avisos especiales del Cielo, los Apóstoles comenzaron a reunirse en Jerusalén.

La mañana del día de su partida, la Madre de Dios convocó a los Apóstoles y a las santas mujeres al Cenáculo. La Virgen se arrodilló y besó los pies de Pedro y tuvo una emotiva despedida con cada uno de los otros once, pidiéndoles la bendición. A Juan agradeció con especial afecto todos los cuidados que había tenido para con ella.

Después de un rato de recogimiento, la Santísima Virgen habló a los presentes: Carísimos hijos mío y mis señores: Siempre os he tenido en mi alma y escritos en mi corazón, donde tiernamente os he amado con la caridad y amor que me comunicó mi Hijo santísimo, a quien he mirado siempre en vosotros como en sus escogidos y amigos. Por su voluntad santa y eterna me voy a las moradas celestiales, donde os prometo, como Madre, que os tendré presentes en la clarísima luz de la Divinidad, cuya vista espera y ansía mi alma con seguridad. La Iglesia, mi madre, os encomiendo con exaltación del santo nombre del Altísimo, la dilatación de su ley evangélica, la estimación y aprecio de las palabras de mi Hijo santísimo, la memoria de su vida y muerte, y la ejecución de toda su doctrina. Amad, hijos míos, a la santa Iglesia y de todo corazón unos a otros con aquel vínculo de la caridad y paz que siempre os enseñó vuestro Maestro. Y a vos, Pedro, Pontífice santo, os encomiendo a Juan mi hijo y también a los demás.

Las palabras de despedida de la Señora causaron honda pena y ríos de lágrimas a todos los presentes y lloró también con ellos la dulcísima María, que no quiso resistir a tan amargo y justo llanto de sus hijos. Y después de algún espacio les habló otra vez y les pidió que con ella y por ella orasen todos en silencio, y así lo hicieron.

En esa quietud sosegada descendió del Cielo el Verbo humanado en un trono de inefable gloria, y con dulcísimas palabras invitó a su Madre a venir con El al Cielo: Madre mía carísima, a quien Yo escogí para mi habitación, ya es llegada la hora en que habéis de pasar de la vida mortal y del mundo a la gloria de mi Padre y mía, donde tenéis preparado el asiento a mi diestra, que gozaréis por toda la eternidad. Y porque hice que como Madre mía entraseis en el mundo libre y exenta de la culpa, tampoco para salir de él tiene licencia ni derecho de tocaros la muerte. Si no queréis pasar por la muerte, venid conmigo, para que participéis de mi gloria, que tenéis merecida.

Quería Jesús llevarse a su Madre viva. Pero ella, indigna criatura, no puede pasar menos que su Hijo e Hijo de Dios. Postróse la prudentísima Madre ante su Hijo y con alegre semblante le respondió: Hijo y Señor mío, yo os suplico que vuestra Madre y sierva, entre en la eterna vida por la puerta común de la muerte natural, como los demás hijos de Adán. Vos, que sois mi verdadero Dios, la padecisteis sin tener obligación a morir; justo es que como yo he procurado seguiros en la vida, os acompañe también en morir.

Aprobó Cristo nuestro Salvador este último sacrificio y voluntad de su Madre santísima y dijo que se cumpliese lo que ella deseaba. En este momento solemne, los Ángeles comenzaron a cantar con celestial armonía algunos versos del Cantar de los Cantares y otros nuevos. Salió también una fragancia divina que con la música se percibía hasta la calle. Y la casa del Cenáculo se llenó de un resplandor admirable. La presencia del Señor fue percibida por varios de los Apóstoles; los demás sintieron en su interior divinos y poderosos efectos, pero la música de los Ángeles la percibieron los Apóstoles, los discípulos y muchos otros fieles que allí estaban.

Al entonar los Ángeles la música, se reclinó María santísima en su lecho, puestas las manos juntas sobre su pecho y los ojos fijos en su Hijo santísimo, y toda enardecida en la llama de su divino amor. Siente la Madre de Dios un abundante influjo del Espíritu Santo que invade todo su cuerpo. Las fuerzas que se le iban eran reemplazadas por una fuerza de Amor. El Amor excedía la capacidad de su cuerpo. Y en esa entrega de Amor, sucede la dormición de la Madre de Dios: sin esfuerzo alguno, su alma abandona el cuerpo y María queda como dormida.

Las facciones de la Virgen Santísima se transfiguran: parecía totalmente inflamada con el fuego de la caridad seráfica, en su bellísimo semblante apareció una expresión de gozo celestial, acompañada de una suave sonrisa. Los presentes no sabían si realmente se había muerto. Todo era tan hermoso y suave que no era posible asociarlo con una muerte.

El sagrado cuerpo de María Santísima, que había sido templo y sagrario de Dios vivo, quedó lleno de luz y resplandor y despidiendo de sí una admirable y nueva fragancia, mientras yacía rodeado de miles de Ángeles de su custodia. El fulgor que irradiaba la Virgen María era el Espíritu Santo. Fue una manifestación especial que mostraba la grandeza de la Madre de Dios, poniéndose de manifiesto lo que había estado siempre escondido por la grandísima humildad de la más humilde de las criaturas.

Los Apóstoles y discípulos, entre lágrimas de dolor y júbilo por las maravillas que veían, quedaron como absortos por un tiempo y luego cantaron himnos y salmos en obsequio a su Madre. No sabían qué hacer con ella, pues continuaba el fulgor y el aroma exquisito. La cubrieron con un manto, pero sin taparle el rostro, como era la costumbre con los demás muertos. Había una barrera luminosa que impedía que se acercaran, mucho menos tocarla.

Para los Apóstoles fue un momento de infusión del Espíritu Santo, pues se habían vuelto a sentir abandonados. Para todos los demás fue un acontecimiento de grandes gracias.

La luz radiante que despedía, impedía ver el cuerpo de la Santísima Virgen. Pedro y Juan toman cada lado del manto sobre el cual estaba reclinada y levantan el cuerpo de María, dándose cuenta que era mucho más liviano de lo esperado. Así lo colocan en una especie de ataúd ... era como una caja. El resplandor traspasaba la caja.

Casi todo Jerusalén acompañó el cortejo fúnebre, tanto judíos como gentiles, para presenciar esta maravillosa novedad. Los Apóstoles llevaban el sagrado cuerpo y tabernáculo de Dios, partiendo hacia las afueras de la ciudad, al sepulcro preparado en Getsemaní. Este era el cortejo visible. Pero además de éste, había otro invisible de los cortesanos del Cielo: en primer lugar iban los miles de Ángeles de la Reina, continuando su música celestial, que los Apóstoles, discípulos y otros muchos podían escuchar, música que continuó durante el tiempo de la procesión y mientras el cuerpo permaneció en el sepulcro.

Descendieron también de las alturas otros muchos millares o legiones de Ángeles, con los antiguos Patriarcas y Profetas, San Joaquín y Santa Ana, San José, Santa Isabel y el Bautista, con otros muchos santos que del Cielo envió nuestro Salvador Jesucristo para que asistiesen a las exequias y entierro de su beatísima Madre.

Llegados al sitio donde estaba preparado el privilegiado sepulcro de la Madre de Dios, los mismos dos Apóstoles, Pedro y Juan, sacaron el liviano cuerpo del féretro, y con la misma facilidad y reverencia lo colocaron en el sepulcro. Juan lloraba y Pedro también. No querían dejarla. Era dejar a aquélla que los mantenía unidos al Señor. Era su Madre. Cubrieron el cuerpo con el manto y cerraron el sepulcro con una losa, conforme a la costumbre de otros entierros. Los Ángeles de la Reina continuaron sus celestiales cantos y el exquisito aroma persistía, mientras se podía percibir el fulgor que salía del sepulcro.

Los Apóstoles, los discípulos y las santas mujeres oraban con mucho fervor, con mucha confianza, con mucho amor. Pero la Virgen Santísima no estaba allí: estaba con Jesús, ya que, inmediatamente después de la dormición, nuestro Redentor Jesús tomó el alma purísima de su Madre para presentarla al Eterno Padre, a quien le habló así en presencia de todos los bienaventurados: Eterno Padre mío, mi amantísima Madre, vuestra Hija, Esposa querida y regalada del Espíritu Santo, viene a recibir la posesión eterna de la corona y gloria que para premio de sus méritos le tenemos preparada. Justo es que a mi Madre se le dé el premio como a Madre; y si en toda su vida y obra fue semejante a Mí en el grado posible a pura criatura, también lo ha de ser en la gloria y en el asiento en el Trono de Nuestra Majestad.

El Padre y el Espíritu Santo aprobaron este decreto por el cual el Hijo le pedía al Padre un sitio especial para su Madre al lado de la Trinidad Santísima, como Madre y como Reina, para que así como El había recibido de Ella su humanidad, recibiera ella ahora de El su gloria.


El día tercero que el alma santísima de María gozaba de esta gloria, manifestó el Señor a los santos su voluntad divina de que Ella volviese al mundo y resucitase su sagrado cuerpo, para que en su cuerpo y alma fuese otra vez levantada a la diestra de su Hijo santísimo, sin esperar a la general resurrección de los muertos. Y llegando al sepulcro, estando todos a la vista del cuerpo virginal de María, dijo el Señor a los Santos estas palabras:

Mi Madre fue concebida sin mácula de pecado, para que de su virginal sustancia purísima y sin mácula me vistiese de la humanidad en que vine al mundo y le redimí del pecado. Mi carne es carne suya, y ella cooperó conmigo en las obras de la redención, y así debo resucitarla como Yo resucité de los muertos; y que esto sea al mismo tiempo y a la misma hora, porque en todo quiero hacerla semejante a Mí.

Luego la purísima alma de la Reina con el imperio de Cristo su Hijo santísimo, entró en el virginal cuerpo y le reanimó y resucitó, dándole nueva vida inmortal y gloriosa, comunicándole los cuatro dotes de claridad, impasibilidad, agilidad y sutileza (*), correspondiente a la gloria del alma, de donde se derivan a los cuerpos.

Con estos dotes salió en alma y cuerpo del sepulcro María Santísima, extremadamente radiante, gloriosamente vestida y llena de una belleza indescriptible, sin que quedara removida ni levantada la piedra con que estaba cerrada la fosa.

Desde el sepulcro comenzó una solemnísima procesión acompañada de celestial música hacia el Cielo glorioso. Entraron en el Cielo los Santos y Ángeles, y en el último lugar iban Cristo nuestro Salvador y a su diestra la Reina vestida de oro de variedad, como dice David: De pie a tu derecha está la Reina, enjoyada con oro de Ofir , y tan hermosa, que fue la admiración de todos los cortesanos del Cielo. Allí se oyeron aquellos elogios misteriosos que le dejó escrito Salomón: Salid, hijas de Sión, a ver a vuestra Reina, a quien alaban las estrellas matutinas y festejan los hijos del Altísimo. ¿Quién es ésta que sube del desierto, como varilla de todos los perfumes aromáticos? (Cant. 3,6) ¿Quién es ésta que se levanta como la aurora, más hermosa que la luna, refulgente como el sol y terrible como muchos escuadrones ordenados? (Cant. 6,9) ¿Quién es ésta en quien el mismo Dios halló tanto agrado y complacencia sobre todas sus criaturas y la levanta sobre todas al trono de su inaccesible luz y majestad? ¡Oh maravilla nunca vista en estos cielos! ¡Oh novedad digna de la Sabiduría Infinita!

Con estas glorias llegó María Santísima en cuerpo y alma al trono de la Beatísima Trinidad, y las Tres Divinas Personas la recibieron con un abrazo indisoluble. El Eterno Padre le dijo: Asciende más alto que todas las criaturas, electa mía, hija mía y paloma mía . El Verbo humanado dijo: Madre mía, de quien recibí el ser humano y el retorno de mis obras con tu perfecta imitación, recibe ahora el premio de mi mano que tienes merecido. El Espíritu Santo dijo: Esposa mía amantísima, entra en el gozo eterno que corresponde a tu fidelísimo amor y goza sin cuidados, que ya pasó el invierno del padecer (Cant. 2,11) y llegaste a la posesión eterna de nuestros abrazos.

Allí quedó absorta María Santísima entre las Divinas Personas y como anegada en aquel océano interminable y en el abismo de la Divinidad. Los Santos, llenos de admiración, se llenaron de nuevo gozo accidental. Era una gran fiesta en el Cielo.

Mientras tanto, aquí abajo, al lado del sepulcro, Pedro y Juan perseveraban junto con otros en la oración, no sin lágrimas en los ojos. Al día tercero reconocieron que la música celestial había cesado, e inspirados por el Espíritu Santo coligieron que la purísima Madre había sido resucitada y llevada en cuerpo y alma al Cielo, como su Hijo amadísimo.

En la mañana de la Asunción de la Santísima Virgen al Cielo, estaban Pedro y Juan decidiendo si abrir o no el sepulcro. Llegó Tomás de Oriente en esa hora. Al informársele que ya María Santísima había dejado el mundo de los vivos, Tomás en medio de grandes llantos, suplicaba que le enseñaran por última vez a la Madre de su Señor. Pedro y Juan, con gran veneración procedieron a retirar la piedra. Entraron. No estaba ya en el sepulcro: sólo quedaron el manto y la túnica. Juan salió a anunciar a todos que la Madre se había ido con su Hijo.

Mientras cantaban himnos de alabanza al Señor y a su Santísima Madre, después de haber repuesto la loza del sepulcro a su sitio, apareció un Ángel que les dijo: Vuestra Reina y nuestra, ya vive en alma y cuerpo en el Cielo y reina en él para siempre con Cristo. Ella me envía para que os confirme en esta verdad y os diga de su parte que os encomienda de nuevo la Iglesia y conversión de las almas y dilatación del evangelio, a cuyo ministerio quiere que volváis luego, como lo tenéis encargado, que desde su gloria cuidará de vosotros.

Allá en el Cielo glorioso, mientras la Santísima Virgen María se encontraba postrada en profunda reverencia ante la Santísima Trinidad y absorta en el abismo de la Divinidad, las Tres Divinas Personas pronuncian el decreto de la Coronación de la Madre de Dios, y María, la más humilde de las criaturas, considerábase inmerecedora de semejante reconocimiento.

La Persona del Eterno Padre, hablando con los Ángeles y Santos, dijo: Nuestra Hija María fue escogida y poseída de nuestra voluntad eterna la primera entre todas las criaturas para nuestras delicias, y nunca degeneró del título y ser de hija que le dimos en nuestra mente divina, y tiene derecho a nuestro Reino, de quien ha de ser reconocida y coronada por legítima Señora y singular Reina . El Verbo humanado dijo: A mi Madre verdadera y natural le pertenecen todas las criaturas que por Mí fueron redimidas, y de todo lo que Yo soy Rey ha de ser ella legítima y suprema Reina . El Espíritu Santo dijo: Por el título de Esposa mía, única y escogida, al que con fidelidad ha correspondido, se le debe también la corona de Reina por toda la eternidad .

Dicho esto, la Santísima Trinidad solemnemente colocó sobre la cabeza inclinada de María una esplendorosa y grandiosa corona de múltiples y brillantes colores que representan las gracias que recibimos a través de Ella por voluntad de Dios.

Así, el Padre le entrega todas las criaturas y todo lo creado por El. El Hijo le entrega todas las almas por El redimidas. Y el Espíritu Santo todas las gracias que El desea derramar sobre la humanidad, porque todas nuestras cosas son tuyas, como tú siempre fuiste nuestra.

El Padre Eterno anuncia a los Ángeles y Santos en medio de esa Fiesta Celestial que sería Ella quien derramaría todas las gracias sobre el mundo, que nada de lo que Ella pidiera le sería negado a quien era Reina de Cielo y Tierra.

* Veamos las definiciones de las cualidades de los cuerpos gloriosos que nos da Royo Marín, en "Teología de la Salvación" : Claridad: cierto resplandor que rebosa al cuerpo, proveniente de la suprema felicidad del alma. Impasibilidad: gracia y dote que hace que no pueda ya el cuerpo padecer molestia, ni sentir dolor, ni quebranto alguno. Agilidad: se librará el cuerpo de la carga que le oprime y se podrá mover hacia cualquier parte a donde quiera el alma con tanta velocidad, que no puede haberla mayor. Sutileza: el cuerpo bienaventurado se sujetará completamente al imperio del alma y la servirá y será perfectamente dócil a su voluntad. Es la espiritualización del cuerpo glorificado.

domingo, 12 de agosto de 2012

La batalla más importante de América Latina: La batalla de Mbororé

La batalla de Mbororé

La batalla de Mbororé es quizá el hecho militar más importante de la América hispana, pero en Sudamérica apenas se enseña porque a los masones no les interesa.

Ocurrida el 11 de marzo de 1641, fue un enfrentamiento entre los guaraníes que habitaban las Misiones Jesuíticas y los bandeirantes, exploradores y aventureros portugueses cuyo centro de acción estaba en San Pablo. El lugar de la batalla se halla hacia las coordenadas 27°43′29″S 54°54′56″O en las cercanías del cerro Mbororé, hoy municipio de Panambí en la Provincia de Misiones, Argentina. La batalla terminó con la victoria guaraní.

Antecedentes históricos

Necesidad de esclavos e inicio de las bandeiras

A comienzos del siglo XVII los holandeses llegaron a las costas del actual Brasil con la firme intención de instalarse y de ocupar posesiones en ellas. Para ello, y mediante actos de piratería lograron controlar la navegación sobre la costa del océano Atlántico, perturbando seriamente el tráfico de esclavos. Esto significó un duro golpe económico para el Imperio portugués que necesitaba de la mano de obra esclava para continuar con el desarrollo productivo azucarero y ganadero que predominaba sobre el litoral atlántico brasileño. Fue entonces cuando los indígenas cayeron en la mira de los hacendados y fazendeiros portugueses como potenciales esclavos. Además, debido a las escasas cantidades de plata, oro y piedras preciosas encontradas en la región de Piratininga, los grupos de exploradores comenzaron avanzar hacia el desconocido interior del Brasil.

Estos grupos de exploración y caza de esclavos, denominados bandeiras, estaban organizados y dirigidos como una empresa comercial por los sectores dirigentes de San Pablo, y sus filas se integraban con mamelucos (mestizos de portugueses e indígenas), aborígenes tupíes y aventureros extranjeros (sobre todo holandeses) que llegaban a las costas del Brasil a probar fortuna. Contaban, también, con la complicidad de la sociedad de funcionarios coloniales españoles y encomenderos del Paraguay.

En su avance hacia el occidente, los bandeirantes cruzaron el nunca precisado límite del Tratado de Tordesillas, que perdió su sentido durante el período en el que Portugal formó una unión dinástica aeque principaliter con la Corona de Castilla, penetrando repetidas veces con sus incursiones en territorios del virreinato de Perú. Indirectamente, los bandeirantes paulistas se convirtieron en la vanguardia de la expansión territorial portuguesa, lo que se consolidó al recuperar Portugal su independencia.

Primeros ataques a las Misiones Jesuíticas

Por una Real Cédula de 1608 se ordenó al gobernador de Asunción del Paraguay, Hernando Arias de Saavedra (Hernandarias) que los jesuitas se dirigieran a las regiones del río Paraná, del Guayrá y a las áreas habitadas por los guaycurúes. Su misión era la de fundar pueblos y evangelizar a los indígenas que habitaban dichas regiones. Posteriormente se añadirían los pueblos de Itatín (al norte de Asunción) y del Tapé (en el actual estado de Río Grande del Sur, Brasil).

Los jesuitas se encontraban en plena labor evangelizadora cuando los bandeirantes comenzaron a llegar a la zona oriental del Guayrá. En un primer momento, éstos respetaron a los indígenas reducidos en pueblos por los jesuitas y no los capturaban. Sin embargo, los guaraníes, concentrados en pueblos y diestros en diversos oficios, representaban una mano de obra especializada altamente competente para los portugueses. Mucho más aún cuando estaban indefensos y desarmados ya que, por decreto real, les estaba vedado el manejo de armas de fuego.

Desde 1620 las incursiones de los bandeiras se hicieron cada vez más agresivas, lo que obligó al abandono o reubicación de algunos pueblos.

Entre los años 1628 y 1631 los jefes bandeirantes Raposo Tavares, Manuel Preto y Antonio Pires con sus huestes, azotaron periódicamente las reducciones del Guayrá, capturando miles de guaraníes que luego fueron subastados en San Pablo. Se calcula que en las incursiones de los años 1628-1629 capturaron a unos 5.000 indígenas, de los cuáles sólo llegaron a San Pablo unos 1.200. La gran mayoría de ellos murió en el traslado debido a los malos tratos propinados por los esclavistas.

Hacia el año 1632 se produjo el éxodo masivo hacia el sur de 12.000 guaraníes reducidos por los jesuitas, dejando la región del Guayrá prácticamente desierta. Se refundaron las reducciones de San Ignacio Miní y Loreto en territorio de la actual Provincia de Misiones.

Los bandeirantes continuaron hacia el occidente, atacando las reducciones del Itatín en el año 1632. Luego siguió el Tapé, invadido durante los años 1636, 1637 y 1638 por sucesivas bandeiras dirigidas por Raposo Tavares, Andrés Fernández y Fernando Dias Pais.

Las Misiones Jesuíticas se protegen

Misión de Montoya frente a la Corona española

En el año 1638 los padres Antonio Ruiz de Montoya y Francisco Díaz Taño viajaron a España con el objetivo de dar cuenta al rey Felipe IV de lo que ocurría en las misiones. Su intención era conseguir que el rey levantara la restricción del manejo de armas por parte de los indígenas.

Las recomendaciones de Ruiz de Montoya fueron aceptadas por el rey y el Consejo de Indias, expidiéndose varias Cédulas Reales, despachándoselas a América para su cumplimiento.

Por una Real Cédula del 12 de mayo de 1640 se permitió que los guaraníes tomaran armas de fuego para su defensa, pero siempre que así lo dispusiera previamente el virrey del Perú. Por este motivo Ruiz de Montoya partió hacia Lima, con la objeto de continuar allí las gestiones referidas a la provisión de armas.

Por su parte, el padre Taño viajó a Roma para informar al papa de la caza de esclavos en las misiones a fin de obtener una protección papal.

El encuentro en Apóstoles de Caazapaguazú

Mientras tanto y ante el peligro inminente de que los bandeirantes cruzaran el río Uruguay, el padre provincial Diego de Boroa, con la anuencia del Gobernador de Asunción y de la Real Audiencia de Charcas, decidió que las tropas misioneras utilizaran armas de fuego y recibieran instrucción militar. Desde Buenos Aires se enviaron once españoles para organizar a las fuerzas de defensa.

A fines de 1638 el padre Diego de Alfaro cruzó el río Uruguay con un buen número de guaraníes armados y adiestrados militarmente con la intención de recuperar indígenas y eventualmente enfrentar a los bandeirantes que merodeaban por la región.

Luego de algunos encuentro esporádicos con las fuerzas paulistas, a las tropas del padre Alfaro se le sumaron 1.500 guaraníes que llegaban dirigidos por el padre Romero. Se formó entonces un ejército de 4.000 misioneros que avanzó hasta la arrasada reducción de Apóstoles de Caazapaguazú donde los bandeirantes se hallaban atrincherados después de varias derrotas parciales.

El choque armado constituyó la primera victoria decisiva de las huestes guaraníes sobre los paulistas, los cuales luego de rendirse huyeron precipitadamente.

Los paulistas preparan su contraataque

Deshechas las fuerzas bandeirantes luego del encuentro en los campos de Caazapaguazú, éstos regresaron a San Pablo para informar a las autoridades de lo ocurrido.

Coincidentemente, para esa fecha (mediados del año 1640), llegó a Río de Janeiro el padre Taño procedente de Madrid y de Roma. Llevaba en su poder Cédulas Reales y Bulas pontificias que condenaban severamente a las bandeiras y al tráfico de indígenas.

Ambos hechos produjeron una violenta reacción en la Cámara Municipal de San Pablo, la que, de común acuerdo con los hacendados, expulsó de la ciudad a los jesuitas.

Se organizó una enorme bandeira con 300 a holandeses, portugueses y mamelucos armados con fusiles y arcabuces, 130 a 900 canoas y 600 a 6.000 tupíes armados con flechas, comandada por Manuel Pires. El objetivo de la expedición era tomar y destruir todo lo que se encontrara en los ríos Uruguay y Paraná, tomando todos los esclavos posibles.

El encuentro en Mbororé

Se anuncia la batalla

A fines de 1640 los jesuitas tuvieron evidencias de una nueva incursión de bandeirantes más numerosa que las anteriores. Para ello se constituyó un ejército de 4.200 guaraníes, armados con arcos y flechas, hondas y piedras, macanas y garrotes, alfanjes y rodelas, y 300 arcabuces, además de un centenar de balsas armadas con mosquetes y cubiertas. Recibieron instrucción militar de ex militares, los Hermanos Juan Cárdenas, Antonio Bernal y Domingo Torres. La operación estaba dirigida por el padre Romero.

Las fuerzas defensoras estaban dirigidas por lo padres Cristóbal Altamirano, Pedro Mola, Juan de Porras, José Domenech, Miguel Gómez, Domingo Suárez, y estaban armadas con arcos, hondas y piedras, macanas y garrotes, alfanjes y rodelas, 300 arcabuces, además de un centenar de balsas armadas con mosquetes y cubiertas para evitar la flechería y la pedrada de los tupíes.

El Ejército Guaraní se organizó en compañías comandadas por capitanes. El capitán general fue un renombrado cacique del pueblo de Concepción, Nicolás Ñeenguirú. Le seguían en el mando los capitanes Ignacio Abiarú, cacique de la reducción de Nuestra Señora de la Asunción del Acaraguá, Francisco Mbayroba, cacique de la reducción de San Nicolás, y el cacique Arazay, del pueblo de San Javier.

La reducción de la Asunción del Acaraguá, ubicada sobre la orilla derecha del río Uruguay, en una loma cercana a la desembocadura del arroyo Acaraguá, fue trasladada y reubicada por precaución río abajo, cerca de la desembocadura del arroyo Mbororé en el río Uruguay. De ese modo la reducción quedó convertida en centro de operaciones y en el cuartel general del ejército guaraní misionero.

Las características del terrero y el recodo que forma el arroyo Mbororé hacían de este sitio un lugar ideal para la defensa.

Al mismo tiempo se destacaron espías y guardias por los territorios adyacentes y se estableció una retaguardia en Acaraguá.

La bandeira avanza

Las fuerzas bandeirantes al mando de Manuel Pires y Jerónimo Pedrozo de Barros partieron de San Pablo en septiembre de 1640.

Luego de establecer diversos campamentos y parapetarse en varios puntos del recorrido, una partida llegó al Acaraguá, donde encontraron la reducción completamente abandonada. Sitio que eligieron para levantar empalizadas y fortificarlo a fin de utilizarlo como base de operaciones.

Posteriormente se replegaron para avisar al resto de la bandeira de la seguridad del asentamiento.

La batalla

Una crecida del río Uruguay en enero de 1641 trajo consigo una gran cantidad de canoas y mucha flechería. Lo cual dio una idea a los jesuitas de la cercanía del enemigo.

Además, luego de que el grupo explorador paulista se replegara del Acaraguá, varios guaraníes que habían logrado escapar de los esclavistas dieron con los jesuitas a quienes informaron del número y armamento de los bandeirantes.

Entonces una pequeña partida misionera se estableció nuevamente en el Acaraguá en misión de observación y centinela. El 25 de febrero de 1641 partieron ocho canoas río arriba en misión de reconocimiento. A pocas horas de navegar, se encontraron cara a cara con la bandeira que llegaba bajando con la corriente del río con sus 300 canoas y balsas pertrechadas. Inmediatamente seis canoas bandeirantes comenzaron a perseguir a los misioneros, los cuales se replegaron rápidamente hacia el Acaraguá. Al llegar, los guaraníes recibieron refuerzos y las canoas bandeirantes debieron replegarse.

Mientras tanto un grupo de misioneros partió velozmente a informar a los jesuitas del cuartel de Mbororé de la situación río arriba.

Al amanecer del día siguiente, 250 guaraníes, distribuidos en treinta canoas y dirigidos por el cacique Ignacio Abiarú se enfrentaron a más de cien canoas bandeirantes, logrando que éstos debieran replegarse.

Alejados los paulistas, los guaraníes procedieron a destruir todo aquello que pudiera servir de abastecimiento en Acaraguá y se replegaron hacia Mbororé. Por las características geográficas de este sitio, era el ideal para enfrentar a los portugueses, ya que los obligaba a una batalla frontal.

Efectivamente, al llegar la bandeira a Aracaguá el 11 de marzo de 1641 no encontró nada de provecho y se dirigió rumbo a Mbororé. Unas 300 canoas y balsas avanzaron río abajo.

Sesenta canoas con 57 arcabuces y mosquetes, comandadas por el capitán Ignacio Abiarú, los esperaban en el arroyo Mbororé. En tierra, miles de guaraníes respaldaban a las canoas con arcabuces, arcos y flechas, hondas, alfanjes y garrotes.

El choque armado fue rápidamente favorable a los guaraníes. Un grupo de bandeirantes logró ganar tierra y se replegó hacia Acaraguá, donde levantaron una empalizada.

Durante los días 12, 13, 14 y 15 de marzo, los misioneros bombardearon continuamente la fortificación con cañones, arcabuces y mosquetes, tanto desde posiciones terrestres como fluviales, sin arriesgar un ataque directo. Sabían que los portugueses carecían de alimentos y agua, por lo que se prefirió una guerra de desgaste. Además, varios tupíes comenzaron a desertar y unirse a las tropas misioneras, facilitando información sobre el enemigo.

El 16 de marzo los bandeirantes enviaron a los jesuitas una carta donde solicitaban la rendición. Dicha carta fue rota por los guaraníes. Los portugueses intentaron huir del asedio guaraní remontando en sus balsas y canoas el río Uruguay. Sin embargo, en la desembocadura del río Tabay los esperaba un contingente de 2.000 guaraníes armados.

Ante esta situación, los portugueses decidieron retroceder hacia el Acaraguá para ganar la margen derecha del río y así poder escapar de los guaraníes. Sin embargo fueron perseguidos hasta perder gran cantidad de hombres.

Del contingente inicial que salió de San Pablo, sólo lograron volver unos cuantos.

Consecuencias

Las principales consecuencias inmediatas de la batalla de Mbororé fueron:

  1. Consolidación territorial de las Misiones Jesuíticas.
  2. Freno al ataque bandeirante a las Misiones jesuíticas. Los jesuitas llevaron cabo un plan defensivo que fue la concentración de las misiones entre los ríos Paraná y Uruguay, la fortificación de las mismas y el entrenamiento militar de los hombres adultos.
  3. Obtención del permiso real a los jesuitas para formar sus propias milicias de parte del Virrey del Perú García Sarmiento de Sotomayor en 1649, a cambio de esto los guaraníes fueron excluidos de la mita o el pago de impuestos por sus servicios defendiendo la frontera septentrional, esto significo también que los jesuitas pudieron comprar armas de fuego de manera legal. A pesar de su papel defendiendo las fronteras, las milicias tuvieron una mala relación con los habitantes de Asunción. En 1735, cuando Bruno Mauricio de Zabala acabó con la Segunda revolución comunera del Paraguay las milicias jesuitas contaban con más de 7.000 guaraníes en sus filas. Lo cual otorgaba una mayor autonomía a las misiones. Tiempo después, esto será motivo para la expulsión de los jesuitas de América.
  4. Asegurar la paz y prosperidad de las misiones, las cuales se desarrollarán durante otros cien años hasta la expulsión de los jesuitas en 1767.
  5. Freno, temporal, al expansionismo portugués sobre los territorios de la Corona española.

Bibliografía

· Félix Luna (1980). Conflictos y Armonías en la Historia argentina. Buenos Aires: Editorial Belgrano.

· Colección "Herencia Misionera". Diario El Territorio. Posadas, Misiones (2011).

· Beatriz Fernández Herrero (1992). La utopía de América: teoría, leyes, experimentos. Barcelona: Anthropos Editorial, ISBN 84-7658-320-6.

· Carmen Helena Parés (1995). Huellas KA-TU-GUA: Cronología de la resistencia KA-TU-GUA: S. XVI. Caracas: Anauco Ediciones, Universidad Central de Venezuela, ISBN 980-00-0631-1.

Referencias

· Parés, 1995: 298

· Sélim Abou (1995). La "República" jesuítica de los Guaraníes (1609-1768) y su herencia. M. Zago Ediciones, Bs. As., pp. 54.

· a b c d e Fernández Herrero, 1992: 282

· España en Europa: Estudios de historia comparada: escritos seleccionados. John Huxtable Elliott, Universitat de València (2002), pp. 79-80.

· Donato, 1996: 333. La expedición Manuel Morato por ejemplo incluía 900 brancos y 2.200 tupíes y capturó 20.000 almas según las crónicas de la época (1629).

· Donato, 1996: 333-334. La expedición de 1636 la formaban 160 mamelucos y 1.000 tupíes logrando capturar 10.000 indios.

· Avellaneda & Quarleri, 2007: 110-111. Tras el abandono de Guayrá, Itatín y Tapé forzó a los jesuitas a reubicar las misiones entre los ríos Paraná y Uruguay. El retroceso de las fronteras septentrionales y orientales de la Gobernación del Paraguay permitió a varias tribus chaqueñas ocupar las tierras abandonadas en la segunda mitad del siglo XVII desde donde atacaron las tierras en manos españolas, llegando a las cercanías de Asunción, forzando el traslado de la mayoría de los campesinos desde las comarcas al norte de la urbe hacia el sur de la misma hasta donde también llegaron sus incursiones, forzando la creación de un nuevo sistema de fuertes defensivos en cuyas cercanías empezaron a establecerse la población rural.

· Donato, 1996: 221. Una bandeira al mando de Pascoal Leite Paes (hermano de Fernão Dias Paes) de 300 blancos y 2.000 tupíes es vencida por el cacique Ñeenguirú en octubre de 1839.

· Hernâni Donato (1996) [1986]. Dicionário das batalhas brasileiras. São Paulo: IBRASA, pp. 360. ISBN 8534800340.

· Donato, 1996: 360. En 1648 los paulistas al mando de Antonio Raposo Tavares organizaron una expedición de 200 lusitanos y 1.000 tupíes contra una misión en Mboimboi (en el actual Mato Grosso do Sul capturando mil prisioneros.

· Lorenzo Hervás (1800). Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas: y numeración, división, y clases de estas según la diversidad de sus idiomas y dialectos. Madrid: Imprenta de la Administración del Real Arbitrio de Beneficencia, pp. 260-261. Los lusitanos lanzaron expediciones en 1682, 1690, 1709 y 1710 y capturaron 50.000 indios, 16.000 de ellos omaguas, el resto de la etnia huyeron a las misiones.

· Avellaneda & Quarleri, 2007: 111

· Mercedes Avellaneda & Lía Quarleri. "Las milicias guaraníes en el Paraguay y Río de la Plata". Estudios Ibero-Americanos. PUCRS, vol. XXXIII, n° 1, junio de 2007, pp. 111

· Avellaneda & Quarleri, 2007: 114. Ese mismo año las milicias enfrentaron al gobernador de Asunción, Bernardino de Cárdenas, que estaba en abierta rebelión contra la Corona española, derrotándolo, pero esto llevo a que los asunceños lograran que se les quitaran las armas de fuego (devueltas en 1676 para luchar contra los bandeirantes) y una mala relación con los habitantes de la urbe.

· Branislava Sušnik (1980). Los aborígenes del Paraguay: Etnohistoria de los guaraníes. Época colonial. Tomo II. Asunción: Museo Etnográfico Andrés Barbero, pp. 235

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viernes, 3 de agosto de 2012

El aborto, nuevo patriarcado

Autor: Javier María Pérez-Roldán, abogado de familia- Presidente del Centro Jurídico Tomás Moro

El abortismo es la forma más abyecta de totalitarismo, pues no es que prive a algunos de sus derechos, sino que priva de forma temporal (hasta la concepción) a todos de la consideración misma de persona

Este domingo se manifestó en Madrid un grupo de feministas solicitando el aborto libre y fuera del Código Penal. Vuelven a los tópicos antisociales, anticientíficos y antijurídicos de siempre. Y es que socialmente existe un claro interés en defender la descendencia, pues es la garantía de la pervivencia de la sociedad. Científicamente es evidente que el embrión no es parte de la madre, pues de hecho lo primero que hace es generar unas proteínas para defenderse de los glóbulos blancos de la gestante, que pretenden expulsarlo como «cuerpo invasor» que es. Por tanto, el derecho no puede otorgar a nadie, ni siquiera a la madre, la facultad de decidir sobre la vida de otro.

El abortismo es la forma más abyecta de totalitarismo, pues no es que prive a algunos de sus derechos, sino que priva de forma temporal (hasta la concepción) a todos de la consideración misma de persona. Impide así a los afectados (los niños por nacer) de cualquier posible defensa frente a los abusos (aborto, experimentación, etcétera). Nos despoja de nuestra dignidad innata, derivando nuestros derechos del reconocimiento arbitrario de nuestra personalidad jurídica una vez nacidos, y no, como corresponde, de nuestra pertenencia al género humano.

Como el rostro del abortismo es tan cruel, lo camuflan bajo las consignas populistas de la ideología de género. Así pretenden que la prohibición del aborto es fruto del patriarcado, cuando es justo lo contrario, pues no en vano en Roma el pater familias era el titular del derecho a decidir sobre la vida de su hijo (la vitae necisque potestas). Sostienen que es un límite a su libertad de conciencia, cuando ellas no respetan siquiera la vida del no nacido.

Las feministas han hecho popular el término «violencia de género», y el aborto no es más que su forma más sangrienta. La violencia de género se funda en la indefensión de la víctima, la clandestinidad de la agresión, y la creencia del verdugo de que tiene algún derecho sobre la mujer. ¿Y que es el aborto sino eso?

Se nos dirá que hay mujeres que abortan por desesperación, e incluso por ignorancia, pero eso no es motivo para despenalizarlo. Muchos delitos graves se cometen por desesperación o ignorancia, y por eso existen las eximentes y las atenuantes, pero no la despenalización, que sólo procede para actos objetivamente buenos. Y nadie puede defender que el aborto sea un hecho objetivamente bueno.

En conclusión, estas feministas lo que pretenden es acabar con nuestra civilización, fundada en el reconocimiento de la dignidad del hombre, para retrotraernos a la barbarie. En nuestra mano está luchar por la civilización o rendirnos sin más a la sinrazón.

Este domingo se manifestó en Madrid un grupo de feministas solicitando el aborto libre y fuera del Código Penal. Vuelven a los tópicos antisociales, anticientíficos y antijurídicos de siempre. Y es que socialmente existe un claro interés en defender la descendencia, pues es la garantía de la pervivencia de la sociedad. Científicamente es evidente que el embrión no es parte de la madre, pues de hecho lo primero que hace es generar unas proteínas para defenderse de los glóbulos blancos de la gestante, que pretenden expulsarlo como «cuerpo invasor» que es. Por tanto, el derecho no puede otorgar a nadie, ni siquiera a la madre, la facultad de decidir sobre la vida de otro.

El abortismo es la forma más abyecta de totalitarismo, pues no es que prive a algunos de sus derechos, sino que priva de forma temporal (hasta la concepción) a todos de la consideración misma de persona. Impide así a los afectados (los niños por nacer) de cualquier posible defensa frente a los abusos (aborto, experimentación, etcétera). Nos despoja de nuestra dignidad innata, derivando nuestros derechos del reconocimiento arbitrario de nuestra personalidad jurídica una vez nacidos, y no, como corresponde, de nuestra pertenencia al género humano.

Como el rostro del abortismo es tan cruel, lo camuflan bajo las consignas populistas de la ideología de género. Así pretenden que la prohibición del aborto es fruto del patriarcado, cuando es justo lo contrario, pues no en vano en Roma el pater familias era el titular del derecho a decidir sobre la vida de su hijo (la vitae necisque potestas). Sostienen que es un límite a su libertad de conciencia, cuando ellas no respetan siquiera la vida del no nacido.

Las feministas han hecho popular el término «violencia de género», y el aborto no es más que su forma más sangrienta. La violencia de género se funda en la indefensión de la víctima, la clandestinidad de la agresión, y la creencia del verdugo de que tiene algún derecho sobre la mujer. ¿Y que es el aborto sino eso?

Se nos dirá que hay mujeres que abortan por desesperación, e incluso por ignorancia, pero eso no es motivo para despenalizarlo. Muchos delitos graves se cometen por desesperación o ignorancia, y por eso existen las eximentes y las atenuantes, pero no la despenalización, que sólo procede para actos objetivamente buenos. Y nadie puede defender que el aborto sea un hecho objetivamente bueno.

En conclusión, estas feministas lo que pretenden es acabar con nuestra civilización, fundada en el reconocimiento de la dignidad del hombre, para retrotraernos a la barbarie. En nuestra mano está luchar por la civilización o rendirnos sin más a la sinrazón.