Matriarcas de la
ideología de género
La primera es la de la filósofa francesa Simone de Beauvoir,
para la que «no se nace mujer; llega una a serlo» y cada uno -pero ella pensaba
sobre todo en las mujeres- tiene derecho a elegir el propio género, masculino o
femenino, independientemente del sexo biológico.
En la segunda versión, teorizada por Judith Butler, el
género absorbe totalmente el sexo y cada uno puede decidir qué quiere ser en
una gama que ya no prevé sólo dos posibilidades -hombre o mujer- sino tres,
cinco, cincuenta o infinitas.
Se puede trazar también otro itinerario, que desde Beauvoir
y Butler no va hacia adelante, sino hacia atrás. La teoría de género no habría
nacido sin una serie de precursores que formularon, muchos años antes,
versiones que podemos llamar prototípicas; ciertamente, no son tan sofisticadas
y radicales como las de Butler.
Margaret Sanger,
madre del feminismo abortista
La principal de estas proto-teóricas del género es la
estadounidense Margaret Sanger (1879-1966).
Comparadas con las teorías sucesivas, las ideas de Sanger parecen
incluso moderadas. Pero sin ella no existirían las teorías de género sucesivas.
Las biografías oficiales de Sanger nos presentan una heroína
feminista que, movida por la compasión hacia las mujeres que morían de parto
después de diez hijos o más o que recurrían a peligrosos abortos clandestinos,
dedica su vida a la propaganda de los anticonceptivos, aceptando también la
prisión y el exilio. Su verdadera historia es algo distinta.
No se puede entender a Margaret Sanger sin sus intereses
esotéricos. Sanger parte de las ideas de la Sociedad Teosófica. En 1936 la
invitan a hablar en la sede mundial de esta sociedad en Adyar, en la India. Su
discurso es publicado, en dos partes, en el órgano de la Sociedad Teosófica,
The Theosophist, y explica con gran detalle la relación entre sus teorías sobre
el feminismo y el género y su interpretación de las doctrinas teosóficas.
La fundadora de la internacional abortista Planned
Parenthood Margaret Sanger en una foto de 1916... si repasáramos su biblioteca
encontraríamos libros de esoterismo teosófico y doctrina gnóstica que añora una
"edad de oro" andrógina, sin hombres ni mujeres.
El esoterismo de la
Sociedad Teosófica
Si bien hoy en día es muy estudiada, sobre todo por la
influencia crucial que tuvo en el arte moderno a través de pintores del calibre
de Kandinsky y Mondrian, tal vez sea necesario presentar brevemente la Sociedad
Teosófica a los que no la conozcan.
Fue fundada en 1875 en Nueva York por el coronel y abogado
estadounidense Henry Steel Olcott y por una de las figuras más importantes de
la historia del esoterismo, Helena Petrovna Blavatsky, perteneciente a la
nobleza rusa.
Su doctrina central es que con la ayuda de los Maestros, los
cuales no son espíritus sino hombres particularmente evolucionados que viven
durante cientos de años y residen en un centro misterioso entre la India y el Tíbet,
la humanidad -que en su estado actual es el resultado de un proceso cósmico de
decadencia descrito con claras referencias gnósticas- es llamada a un proceso
de evolución.
Este se cumple a través de la emergencia progresiva en la
Tierra de siete razas-raíces, cada una de ellas dividida en siete sub-razas.
Según Blavatsky, en su tiempo estaban en la vigilia de la emergencia de la
sexta sub-raza de la quinta raza-raíz, espiritualmente superior a las
precedentes y que se habría manifestado en los Estados Unidos.
Aclaremos enseguida un equívoco, difundido en la literatura
no especializada. La teoría de las razas-raíces de Blavatsky está abierta a
varias interpretaciones, pero la Sociedad Teosófica ha condenado cualquier
interpretación de tipo racista, considerando que las distintas «razas» deben en
todo caso colaborar en armonía entre ellas.
Sin embargo, las interpretaciones racistas han existido, si
bien las Sociedad Teosófica las ha denunciado como erróneas.
La variante racista
de la teosofía
En Alemania se desarrolló a principios del siglo XX una
corriente llamada «ariosofía» que interpreta la teoría teosófica de las razas
sobre la base de un primado racista de la raza aria. Un ávido lector de las
publicaciones «ariosóficas» en Austria era un muchacho llamado Adolf Hitler.
La misma Sanger, como resulta por la lectura de los diarios
de personalidades teosóficas de la época, no fue particularmente bien acogida
en Adyar, aunque su conferencia fue publicada en la revista de la Sociedad
Teosófica. Tampoco su interpretación de la «raza nueva» correspondía, de hecho,
con la de la dirección teosófica oficial.
Queda el hecho que sobre la base de especulaciones
esotéricas, Sanger pensaba que estaba a punto de surgir una nueva raza superior
a las precedentes y que se manifestaría en los Estados Unidos.
La gnosis de Sanger:
fomentar lo andrógino
¿Qué tiene que ver todo esto con el género? Lo explica la
propia Sanger. Sus ideas de tipo gnóstico la habían llevado al convencimiento
de que la diferencia sexual entre hombre y mujer era algo malo, como también el
modo cómo las mujeres traían los hijos al mundo. Son consecuencias de un
proceso de degeneración y no existían en la edad de oro originaria, la del
andrógino, es decir, de una persona humana en la que coexistían los caracteres
masculinos y femeninos y con formas de generación distintas del parto.
Liberar a la mujer con los anticonceptivos de su papel de
madre es el primer paso para permitir a las mujeres y, en consecuencia, también
a los hombres, elegir el propio género, quién y qué quieren ser, iniciando el
proceso de vuelta hacia el andrógino originario. No es aún la teoría de género
como la conocemos hoy, pero es su núcleo fundamental.
La nueva raza en marcha hacia la superación del género
biológico podrá emerger, continuaba Sanger, sólo dónde la humanidad sea
intelectual y culturalmente más avanzada: en Estados Unidos y entre los
estadounidenses blancos de origen Nord europeo.
Sanger tampoco tenía una buena opinión de los emigrantes
italianos: «los negros y los europeos del sur -escribía- son intelectualmente
inferiores a los americanos nativos», una expresión que el movimiento
«nativista» utilizaba para excluir del número de los «verdaderos americanos» a
los emigrantes llegados de Italia.
En una cita famosa, Sanger comparaba a los afro-americanos
con «mala hierba que hay que extirpar» a través de una severa política
eugenésica que debería incluir la esterilización forzada.
En cuanto a los aborígenes australianos, consideraba que
estaban «apenas un escalón por encima de los chimpancés».
La raza blanca
superior abolirá los sexos
Ciertamente, los defensores de la teoría de las razas y de
la eugenesia eran muchos. Pero sólo Margaret Sanger vinculaba la eugenesia al
género: una vez extirpada la mala hierba, la «raza nueva» podría finalmente
emerger en su marcha hacia la androginia, capaz de superar la esclavitud
biológica de la diferenciación sexual.
Muy mal acogida en la Sociedad Teosófica, Sanger encontró
terreno fértil para sus ideas en el Ku Klux Klan, la organización
estadounidense nacida para perpetuar la discriminación racial contra los
afro-americanos y, al mismo tiempo, -esto es algo que se olvida a menudo- para
propagar un feroz anti-catolicismo basándose en el mito de una América «blanca,
anglosajona y protestante».
Muchas películas nos han presentado al Ku Klux Klan como una
organización masculina. Los historiadores -a partir de la obra fundamental de
Kathleen Blee, Women of The Klan (Mujeres del Klan)- han subrayado que en el Ku
Klux Klan «histórico», el del periodo de entreguerras, las mujeres tuvieron en
realidad un papel esencial.
Margaret Sanger colaboró con el Ku Klux Klan, perfeccionó
sus ideas sobre la raza y el género en diálogo con las mujeres del Klan y habló
a menudo ante un público entusiasmado de activistas de la organización racista
encapuchas y aplaudiendo.
Algunas fotografías que se pueden ver en internet
representando a Sanger hablando al Klan son falsas, hechas con Photoshop. Las
reuniones del Klan eran secretas y las fotografías son raras. Pero para
confirmar el vínculo entre Sanger y el Klan, incluyendo conferencias y mujeres
encapuchadas, no hace falta dirigirse a las personas críticas sobre su persona
y la teoría de género. Ella misma lo narra en su autobiografía, minimizando y
justificando, ciertamente, pero admitiendo la relación y hablando de «decenas»
de invitaciones por parte del Ku Klux Klan.
Alguien podría plantear alguna objeción citando actitudes
muy hostiles a los homosexuales por parte del Ku Klux Klan. Otros replicarían
citando los nombres de un cierto número de dirigentes del Klan y de
organizaciones vinculadas a este que eran homosexuales o bisexuales. Pero es un
debate que no llevaría muy lejos.
El tema de este artículo, de hecho, es otro. He querido
demostrar cómo la formulación arquetípica de la teoría de género, la de
Margaret Sanger, nace de una interpretación desviada -y no compartida por la
gran mayoría de los teósofos- de ideas sobre la raza de la Sociedad Teosófica y
nace en diálogo con el racismo americano representado por el Ku Klux Klan.
La idea central es que esa en la que se puede elegir si ser
mujer u hombre es una nueva humanidad, una «raza nueva» que podrá nacer sólo
entre las élites iluminadas «blancas, anglosajonas y protestantes» y no entre
los negros, los «europeos del sur» y los católicos, «intelectualmente
inferiores» y destinados a ser extirpados como la mala hierba. ¿Han
desaparecido estas ideas entre los que defienden el género?
Mirando el sentido de superioridad con el que atacan a
manifestaciones como la de la Plaza San Juan tachándolas de «medievales» me
permitiría no estar tan seguro.
Massimo Introvigne